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Universo de pocos

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lunes, 15 de enero de 2018

"El escondite de Grisha" de Ismael Martínez Biurrun

El escondite de Grisha de Ismael Martínez Biurrun            En cierta forma El escondite de Grisha no ha sido la novela que yo me esperaba. Vinculaba más a Biurrun con el género de terror, tal vez porque había leído en alguna parte que su novela Infierno nevado era un homenaje a Lovecraft o puede que porque su última obra Invasiones haya sido publicada en Valdemar; en lugar de eso me he encontrado con un libro oscuro, complejo, que no resulta fácil de adscribir a ningún género en particular. Aunque El escondite de Grisha no es una novela terror, puede decirse que está escrita como si lo fuera. El tono de la novela además de sombrío es inquietante, una impresión que queda reforzada cuando descubrimos más adelante a quién se dirige su protagonista.

            El narrador y protagonista no tarda en poner las cartas sobre la mesa y desde el principio  parece querer advertirnos de que no nos va resultar nada fácil sacar conclusiones:
            “Es verdad, yo digo muchas mentiras. He aprendido a hacerlo con tanta naturalidad que podría conectarme a un polígrafo y hacerle creer que soy el hombre que descendió las escaleras del Eagle el veintiuno de julio de mil novecientas sesenta y nueve para dejar la primera huella en la superficie de la Luna.
            Contar una historia a través de alguien que no es sincero sin confundir al lector no es algo que resulte sencillo y tiene bastante riesgo. Cuando se opta por un narrador así es posible que uno acabe por no distinguir lo real de lo falso y que la trama derive en un espejismo hueco. Lo cierto es que Biurrun deja muchos interrogantes, aunque tengo la impresión de que ésa era precisamente su intención, que quería dejar su relato abierto a diferentes interpretaciones sin decantarse por ninguna de ellas en particular.
            La novela empieza cuando Olmo, un gigantón de dos metros que parece marcado por un pasado trágico, comienza a trabajar en una biblioteca de Madrid. Desde el principio se sugiere que cometió algo terrible en el pasado y según avanzamos en la novela se van desvelando detalles de lo que ocurrió. En la biblioteca conoce a Grisha, un extraño muchacho de diez años de origen ucraniano por el que desde el principio siente una gran curiosidad. El chico ocupa todas las tardes el mismo asiento y se sume en un trance que le impele a llenar un cuaderno de frases escritas en cirílico lo que provoca la burla de otros chicos. Lo más extraño de todo es que Grisha no conoce el alfabeto cirílico y por lo tanto es incapaz de entender lo que él mismo escribe. Olmo y Grisha, forzados por las circunstancias, deben emprender un viaje juntos para descubrir el misterio del chico y tal vez de paso restañar las heridas del hombre.

            Como decía, hay en la novela un deseo permanente de inquietar y de provocar extrañeza  utilizando elementos propios del género de terror, lo que hace que de vez en cuando encontremos frases como ésta:
            “Barcelona te recibe con un abrazo fingido pero no del todo hostil. Quiere examinarte antes de sacar sus conclusiones.”
            No me he equivocado al escribir el nombre de la ciudad, no es Carcosa ni Insmouth es Barcelona y en una época en que el Procés aún no existía. Esta, a veces, grandilocuencia y gusto por la metáfora parece quedar justificada cuando más adelante descubrimos este diálogo entre Olmo y su psiquiatra:
            “Tú me dirás: ahora exprésalo sin metáforas.” (Dice la psiquiatra)
            “Pero no sé hacerlo sin metáforas.” (Dice Olmo)
            Hay un personaje en El hombre en el laberinto de Robert Silverberg que no puede evitar transmitir todas sus emociones y pensamientos. Captar su alma desnuda es sumamente  desagradable para todos los que le rodean por lo que decide exiliarse a un mundo laberíntico. Precisamente todo lo contrario de lo que le ocurre al protagonista de El escondite de Grisha. Olmo es totalmente incapaz de sentir emociones y por lo tanto de demostrarlas (al menos eso es lo que asegura su protagonista) y su deseo más codiciado es volver a sentir para dejar de ser un robot, o un Nexus como dice su amante. Olmo tiene en la biblioteca su propio laberinto en el que esconder su falta de humanidad .
            En el libro se cita un poema de Emily Dickinson. Un poema que a pesar de no ser precisamente sencillo permanece grabado con firmeza en la memoria de Olmo y que puede darnos algunas claves de la novela. Transcribo la primera y última estrofa: 
Mi vida se había parado –  un Arma Cargada –
 en los Rincones –  hasta que un día
el Dueño pasó – me identificó y me llevó lejos –“
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aunque yo así como él – podamos vivir largamente
él debe vivir más – que Yo–
porque yo tengo el poder de matar, sin – el poder de morir–

            Desentrañar los símbolos de esta extraña y personal novela se lo dejo a ustedes.

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