Blog ciencia-ficción

Nada de fantaciencia, ni de literatura especulativa, ni de ficción científica, ni tampoco de literatura futurista. Sólo ciencia ficción.

Universo de pocos

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domingo, 26 de febrero de 2017

"Por último el corazón" de Margaret Atwood

Por último el corazón de Margaret Atwood            Puede que el gran reconocimiento que se ha ganado Margaret Atwood o los muchos premios (Booker Prize, Arthur C. Clarke, Príncipe de Asturias) que ha recibido o incluso el hecho de que se trate de una de las eternas candidatas al Nobel intimide a más de uno y lo disuada de leer esta novela. Sería una verdadera lástima, porque Por último el corazón lejos de tratarse de una obra pesada y solemne sorprende por su ligereza, su sarcasmo y su humor desinhibido. 
 
            Atwood es sobre todo conocida por los aficionados a la ciencia-ficción por su estupenda distopía El cuento de la criada. Una novela que leí hace tiempo y de la que, aunque no recuerdo  muchos detalles, no puedo olvidar el sentimiento de tristeza que me dejó al finalizar su lectura,  algo desde luego muy diferente a la impresión que me ha transmitido el libro que nos ocupa. Atwood ha hecho varias incursiones más en la ciencia-ficción, Oryx y Crake, El año del diluvio y Maddadam conforman una trilogía que comparte el mismo futuro imaginado por Atwood, en el que tras una catástrofe ambiental los únicos sobrevivientes son unas criaturas modificadas genéticamente.
 
            Por último el corazón parte de una idea que en principio parece bastante descabellada, la de resolver los problemas de desempleo y delincuencia causados por la crisis financiera en los EE.UU. internando a los más damnificados en una especie de ciudad-prisión. Es lo que se conoce como el “Proyecto Positrón”. Todos los que se integran en él se comprometen a pasar un mes encerrados en una cárcel y otro mes viviendo en una maravillosa colonia que parece rescatada de un catálogo inmobiliario de los años cincuenta. Atwood se toma los primeros capítulos con una seriedad y un rigor que no anticipan el desternillante delirio ulterior al que se va precipitando la trama. 
 
            En la primera parte de esta distopía asistimos al declive económico de una típica pareja americana, Stan y Charmaine, que pasan de tener cada uno su trabajo y ganar un salario con el que se permitieron incluso comprar una casa a verse obligados a pernoctar en su coche, única posesión que les queda tras la crisis financiera del 2008. Llega un momento en que para Stan y Charmaine, hartos de vivir en la miseria y de la permanente inseguridad que les ofrece su vehículo, la mejor opción es ingresar en uno de los centros del “Proyecto Positrón”. A partir de aquí los enredos y las situaciones se multiplican y Atwood despliega su ingenio y su brillante sentido del humor burlándose de todo, del papel del estado, del capitalismo, de los roles sexuales, de las relaciones humanas, del amor, del sexo o de la cultura de los EE.UU.
 
            La historia transcurre a un ritmo vertiginoso, lo que hace que el libro se lea en dos parpadeos, sin embargo creo que sobre todo en su tramo final suceden demasiadas cosas en muy poco espacio de tiempo y algunos fragmentos me dan la sensación de haber sido improvisados y de necesitar una mayor elaboración. En mi opinión la autora ha querido explotar en exceso sus hallazgos cómicos, tal vez no haya podido contenerse ante la chispa y gracejo que su criatura iba adquiriendo capítulo a capítulo. De lo que no me queda ninguna duda es de que Atwood se lo ha debido pasar en grande urdiendo situaciones disparatadas. Algunas de las más enloquecidas son dignas de un episodio de los Simpson y esto no lo digo como una crítica peyorativa. Tanto la cárcel como la ciudad idílica del “Proyecto Positrón” permiten a la escritora canadiense sacar a relucir la miseria humana y los peores defectos de la sociedad americana actual. Una sociedad, en la que, por mucho que la gente escuche a Doris Day, nadie da nada sin esperar algo a cambio. En la que cada proyecto emprendido, por desinteresado o altruista que parezca, es impulsado o bien por el dinero o bien por el sexo. La autora se lo toma con humor, pero el panorama que describe no puede decirse que resulte esperanzador. La novela finaliza muy acertadamente en la ciudad de Las Vegas, prototipo de esa sociedad superficial, infantil y de excesos de la que la autora se burla.
            Yo que ustedes no me la perdería.

lunes, 13 de febrero de 2017

"Amatka" de Karin Tidbeck

Amatka de Karin Tidbeck            Hasta hace no muchos años, a excepción de los aficionados a la ciencia-ficción, muy pocos sabían lo que era una distopía. Las distopías que conocíamos hasta entonces eran Nosotros de Yevgueni Zamiatin, Un mundo feliz de Aldous Huxley o 1984 de George Orwell y poco más. Y es que con tan insignes antecedentes es comprensible que pocos autores se aventuraran a escribirlas. Ray Bradbury lo hizo en 1953 con Fahrenheit 451 y un año antes Bernard Wolfe también se atrevió con esa rareza que es Limbo. Otros ejemplos memorables son Las torres del olvido de George Turner, El cuento de la criada de Margaret Atwood, La naranja mecánica de Anthony Burgess o Los desposeídos de Ursula K. Le Guin. Desde luego no es mi intención enumerar todas las distopías habidas y por haber, me olvidaría de nombrar muchas, lo que pretendo decir es que además de infrecuentes se trataba de obras de gran profundidad intelectual que desde la crítica abordaban sobre todo temas políticos o filosóficos. A partir de la publicación en 2008 para un público juvenil de Los juegos del hambre de Suzanne Collins, novela que por cierto le debe mucho a otra distopía, La fuga de Logan, este subgénero se ha popularizado hasta extremos insospechados. Ahora nadie tiene miedo a hacer su propia contribución a la lista. En 2009 llegó El corredor del laberinto de James Dashner, en 2011 Divergente de Veronica Roth, y muchos otros títulos le siguieron hasta el punto de convertir este tipo de literatura en una moda que ha logrado que la palabra distopía pierda parte de la consideración y respeto del que gozaba antes. Lo cierto es que estas novelas juveniles se valen únicamente de la distopía para crear un escenario de aventura y de inconformismo generacional que poco tienen que ver con las obras que he mencionado al principio. En las distopías clásicas aunque la acción se desarrolla en el futuro, principalmente se habla del presente, un presente que se distorsiona y en el que se exageran los aspectos que el autor desea criticar de la sociedad o del estado.

            Por suerte nos queda la rusa Anna Starobinets, que con su novela El vivo hizo su  excelente aportación al subgénero, y también nos queda Karin Tidbeck, autora del libro que nos ocupa. Menciono a Starobinets porque, además de ser prácticamente de la misma edad que Tidbeck, su carrera parece seguir un curioso paralelismo con la de la sueca. De Tidbeck leí la colección de relatos Jagganath y lo cierto es que algunos de los cuentos que incluyen se confunden en mi caprichosa mente con los creados por Starobinets en Una edad difícil, se me hace arduo decidir quién concibió unos y otros. Ahora la autora sueca ha escrito también su propia distopía. Aquí no acaban las coincidencias ya que ambas escritoras son publicadas en España por la misma editorial: Ediciones Nevsky.

            Amatka es una distopía clásica, casi de manual, con el típico estado controlador y manipulador que vigila a sus ciudadanos y con una protagonista que comienza cuestionándose la verdad postulada por el poder. Vanja, la protagonista, es enviada desde Essre a Amatka con la “estimulante” misión de realizar un informe sobre los productos higiénicos que utilizan sus habitantes. Las investigaciones conducen a Vanja a interrogarse sobre algunos hechos poco claros sucedidos en el pasado. Amatka es sólo una más de las cuatro colonias que componen el mundo descrito por Tidbeck del que la autora sueca apenas nos proporciona información. Sus gentes viven temerosas intentando cumplir las rigurosas reglas que la comunidad ha establecido y con el miedo sempiterno a ser denunciadas por un vecino o un compañero por salirse de las normas. Nada de lo que he contado hasta ahora resulta demasiado novedoso ni creo que logre atraer a muchos lectores, sin embargo Tidbeck se guarda un importante as en la manga: en Amatka los objetos fabricados por ellos mismos dejan de ser lo que son y se convierten en una repugnante pasta si no se nombran las suficientes veces, es lo que llaman “marcaje”. Una idea que me parece fascinante.

            Tidbeck, con un estilo sencillo e ingenuo, ha creado una original y perdurable fantasía a la que, no obstante, le falta una mayor conexión con el presente, un vínculo que dé pleno sentido a la distopía. No resulta sencillo inferir la crítica que se oculta tras esta obra. Por otro lado deja demasiadas preguntas sin responder. ¿Si recomiendo la novela? No se la recomendaría a los que no les agrada que queden cabos sueltos. Ahora, si usted no entra en ese grupo, acuda a su librería más cercana, asegúrese primero de que el ejemplar esté en buen estado y de que no se escurre como si fuera papilla entre sus dedos y adquiéralo. Eso sí, antes de leerlo le aconsejo que repita en voz alta varias veces su título: Amatka.