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Universo de pocos

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miércoles, 12 de julio de 2017

"Cáscara de nuez" de Ian McEwan

Cáscara de nuez de Ian McEwan            Evidentemente esta novela tiene poco que ver con la ciencia-ficción, sin embargo no me he podido resistir a reseñarla aquí por estar narrada nada más y nada menos que por un feto, una idea que me parece digna de un autor de ciencia ficción. A decir verdad, McEwan no ha sido el primero, existe un viejo relato de Brian W. Aldiss, que pueden encontrar En la estrella imposible, titulado Psíclopes en la que un embrión humano se comunica telepáticamente con su padre. El relato está contado en primera persona desde el punto de vista del feto y cuando su padre establece contacto por primera vez con él se lleva una buena sorpresa, pues no acaba de comprender que exista algo que no sea él, puro solipsismo. En cambio el protagonista y narrador de Cáscara de nuez es en todo momento consciente de ser tan sólo un feto y sabe que flota en el líquido amniótico dentro del cuerpo de una mujer a la espera de nacer. El gran mérito de McEwan es haber logrado escribir íntegramente una novela con la considerable limitación que supone un narrador encerrado durante todo el tiempo en el útero materno. McEwan demuestra aquí su experiencia y solventa el difícil reto con mucho humor y talento.

            Lo primero que choca de  Cáscara de nuez  es la personalidad arrolladora que el escritor inglés confiere a su hombrecito en ciernes. No llegamos a conocer su nombre, pero sí sus gustos, que no son precisamente los de un bebé ni tampoco los de una persona común. Las preferencias de la criatura están perfectamente asentadas y sería fácil imaginar que el Nesquik o los helados estarían entre ellas, pero no, lo que le gusta es el vino francés y no el de cualquier añada. Además de tener ideas bien claras sobre gastronomía, el nonato se permite opinar sobre cualquier tema ya sea de política internacional, del calentamiento global, de teorías agoreras sobre el futuro y de poesía inglesa. Nada se le escapa y así acaba por resultar el personaje más cabal de la novela. La arriesgada decisión de convertir al embrión en una especie de adulto (yo me imagino al propio McEwan encogido en posición fetal dentro del útero materno), aunque pueda parecer en principio algo descabellado, es uno de los grandes aciertos de novela, con el que el autor además de un punto de vista diferente imprime gran comicidad al relato. A pesar de la erudición que demuestra el protagonista, lo cierto es que sólo puede tener una precepción sesgada de la realidad y desde su encierro natural debe construir su mundo a partir de lo que escucha a su alrededor, esto es, de los zarandeos que le ocasiona su madre y de los alimentos que esta ingiere. Así, por las conversaciones que mantiene su progenitora con su amante deduce que su padre corre peligro y por lo tanto también su propio futuro como niño. En realidad la  anécdota que se narra es escasa y McEwan, que conoce las limitaciones que conlleva tener a su narrador enclaustrado, no alarga la novela innecesariamente por lo que logra que sus 217 páginas parezcan pocas.

            El McEwan que hace ya bastantes años nos incomodaba con los relatos incluidos en Entre las sábanas y con su novela El Jardín de cemento, o nos horrorizaba con El inocente, ha dado paso a un escritor más sosegado, irónico y de gran sentido del humor como demostró en Solar, una de sus últimas novelas. Se trata de una evolución natural y si McEwan ha demostrado algo es su capacidad de no repetirse. En cualquier caso he de decir que echo de menos un poco al McEwan más lóbrego y terrible.

            En definitiva una novela breve, muy divertida, con diálogos chispeantes y situaciones inconcebibles, que sólo la inusual perspectiva de un feto pueden proporcionar. Un libro además que cuenta con un protagonista único y entrañable, cuyo mayor deseo es poder tener su oportunidad y venir al mundo. No sabe lo que le espera.

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