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Universo de pocos

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martes, 31 de marzo de 2015

Embassytown: dos voces

Embassytown es la tercera novela de China Miéville que leo y he llegado a la conclusión de que es un autor capaz de lo mejor, pero también de lo peor. Nadie duda de su enorme imaginación, aunque en ocasiones se le escapa de las manos. En esta novela hay ejemplos de ideas buenas, originales y descabelladas. Por ejemplo, la premisa inicial de unos alienígenas llamados Anfitriones incapaces de mentir y por lo tanto de fantasear es interesante (no estoy seguro de que Miéville haya sido el primero). El idioma que hablan estos seres debe ser hablado simultáneamente por dos voces diferentes (los Anfitriones poseen dos bocas) y para comunicarse con ellos los humanos preparan desde que nacen a los embajadores. Se trata de dos personas con una relación muy estrecha entre sí que viven como si fueran siameses. Por alguna razón dos humanos cualesquiera simulando las dos voces del idioma Anfitrión no son inteligibles por estos. La sacrificada vida de los embajadores resulta conmovedora y acaba por interesarme más esa parte de la narración que todo lo demás. La ambición y la imaginación desatada del autor no se contentan con estas ideas, cada una daría para un libro, y además añade un nuevo concepto, el ínmer, una especie de hiperespacio mucho más guay y mucho más trascendente que el de la ciencia ficción clásica. Porque en las novelas de China Miéville todo es muy profundo. Como ejemplo este párrafo en que convierte la distinción de Saussure entre langue (la lengua) y parole (el habla) en la metáfora de la distinción entre ínmer y manchmal: "Los alcances del ínmer no se corresponden en absoluto a las dimensiones del manchmal, este espacio donde vivimos. Lo mejor que podemos hacer es decir que el ínmer subyace o sobreyace, infunde, es una base, es langue de la que nuestra realidad es una parole, etcétera."
Y luego están los símiles. Se supone que son una treta que utilizan los alienígenas para incorporar nuevos términos a su lenguaje. Para ello representan aquello nuevo que quieren incorporar a su lenguaje, pero no pueden imaginar, haciéndolo real ante sus ojos. Todo esto se me antoja descabellado y absurdo. Además la mayoría de los símiles que menciona me resultan bastante ridículos: "la niña herida que comió lo que le dieron". ¿Para qué puñetas necesitan imaginarse a una niña herida comiendo...? Esto me sobrepasa y el revoltijo acaba por atragantárseme. La insulsa protagonista y la débil trama tampoco ayudan a mejorar mi opinión de la obra.
Gracias a la imaginación de Miéville la primera parte de la novela tiene algunos buenos momentos que merecen la pena, sin embargo al final la historia pierde interés y su pretendida profundidad y trascendencia hace que se desmorone ante nuestros ojos. Cuando logra contenerse, como hizo en La ciudad y la ciudad, Miéville alcanza cotas muy altas de calidad.